Ignacio Estudillo Pérez para la exposición "La línea interrumpida". Galería Ansorena. Madrid. 2022-2023

La línea interrumpida

Jorge Gallego

 

"El hombre no es el problema más antiguo, sí el más constante que se haya planteado el saber humano."

Michael Foucoult

 

En general la relación del artista con la época es siempre contradictoria. Cualquier transgresión es por naturaleza impura en tanto que debe conocer aquello que está transgrediendo, la transgresión nace precisamente comprometida con aquello que transgrede.

 

Los dispositivos generadores de imágenes son (los grandes) privilegiados a la hora de entrar, definitivamente, en los regímenes de distribución y reproducción de mercancías. Nuestro mundo se transforma en una pantalla que solo emite aquello que más placer pueda dar con una relación de ocho segundos de atención. El mundo virtual ha configurado otra realidad: la de la imagen. Este mundo transforma las comunicaciones en viajes del ojo. El ojo y solo la mirada del espectador real, el usuario.

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La línea interrumpida de Jorge Gallego, desde su oasis en la sierra sur de Sevilla, sigue ahondando en sus mismos intereses y conducido por las mismas motivaciones pero con la ventaja que puede dar el paso del tiempo, una mayor consciencia. Jorge se nos presenta así en un momento de madurez discursiva, de cambio crucial en su obra, pero sin la necesidad de reniego ni reivindicaciones.

Cogeré como paradigma de lo que quiero decir algo que ocurría en exposiciones pasadas en las que Jorge incluía algunas figuras en sus composiciones. En ellas trabajaba de manera más amable hacia el usuario, ya que resolvía casi todo el proceso de relaciones con el trabajo al ofrecernos un protagonista con el que identificarnos y ubicarnos a través de la distancia de la mirada.

Su trabajo es ahora más descarnado y exigente. Aquellos personajes ya no aparecen, la visión no es suficiente, y para dar testimonio, para que el trabajo nos afecte, es necesario introducir el propio cuerpo. Esta vez, es en el juego de miradas donde sus composiciones tienen en cuenta al usuario, que explora las imágenes y la materia como verdadero cuerpo del mundo.

Insisto un poco más en la mirada del usuario. Una cosa es el interés cultural y humano que puede tener una imagen, el usuario mirando y organizando la generalidad cultural anterior. Otra cosa es lo que sale a la búsqueda del usuario, el cuadro como cuerpo independiente que nos busca de determinada manera. Nos coge de la mano para un ver profundísimo, zambullirnos. Hundirnos en todos los elementos, en su tiempo.

El simple mirar una cosa no nos permite avanzar. Cada mirar se muta en un considerar, cada considerar en un reflexionar juntos, en un enlazarnos.

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En Frankenstein o el moderno prometeo de Mary Shelley el paisaje es la otra parte de la mirada, del rostro.

Jorge vive en Montellano. Paisaje entre la campiña y la sierra que es el material visual para su trabajo. Jorge trabaja el paisaje como una invención que nos ofrece el abandono de lo inmediato, y la concentración a través de un despliegue de temas que avanzan como un zoom in hacía el interior, de todos.

Jorge trabaja con puntos de vista elevados y alejados. Grandes paisajes de temperaturas y ciclos naturales. A la vez introduce construcciones que invaden y rompen la suave transición entre el apoyo de la tierra y el techo celeste que nos refugia. El devenir de la historia. Aparecen paisajes que han sido olvidados, seguramente por no haber interés sobre ellos. Con la ruina y el escombro, el paisaje se disuelve. Una organización en torno a ese vacio, admitir los límites de la existencia. Ya nadie se activa, se agita, con lo que conoce. Jorge construye en otro plano, levanta un lugar ficticio para el individuo, todos. Hunde su mirada en lo aún más próximo con pequeños bodegones de maquetas. Hace del mundo un paisaje más grande de lo que es.

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El cometido de captar la realidad ha dejado de tener sentido, vigencia. El arte en general dejó de tener ascendente como fascinum, como engaño y elemento de deposición de la mirada. Desde el velo de Zeuxis se vacía a la pintura de siglos de engaño. En 1839 Paul Delaroche sentenció "a partir de hoy la pintura ha muerto". Hablaba en realidad de la obsolescencia del señuelo. En 1866 con El origen del mundo de Courbet el arte no podía aguantar más el propio lugar de la trampa, ya no podía dar más señuelos para el ojo.

El lenguaje de Jorge está lleno de decisiones para llegar a un plano donde muestra la realidad en un primer nivel pero en un segundo plano. No es análisis sino la conciencia sobre lo analizado. Lo real, su búsqueda, compartir. Jorge va a nuestro encuentro a través de un realismo directo realizado con una técnica apabullante. Y lo hace mediante la agudeza con la que resuelve los gradiantes de profundidad, una cuidadosa precisión en el análisis de las formas y el color. Mundos prodigiosos que se podrán describir pero no explicar porque no hay nada que quiera explicar.

Jorge comparte las posiciones de espectador y protagonista con nostros y con la pintura. Disuelve el yo porque la subjetividad no es suficiente. No resuelve la visión, la comparte. No hay distorsión, vamos juntos de la mano y participamos sin retórica.

La  pintura no es otra cosa que la expresión del misterio del mundo y los misterios no se pueden revelar, simplemente nos acercamos a ellos.

En La línea interrumpida Jorge Gallego transgrede la representación, genera ausencia, alivia la mirada y nos acerca a compartir la construcción de lo que vemos en este tiempo.

IGNACIO ESTUDILLO PÉREZ

 

Tomás Paredes para la exposición "Silencios". Galería Ansorena. Madrid. 2018-2019.

Silencios, en plural, porque nunca es uno, sino diversos los elementos que coadyuvan a su entidad. Silencio es ausencia de ruido, inactividad, pero no muerte; la muerte es la nada, es el vacío. La pintura no hace liorna pero habla; de sólito se materializa en un soporte orgánico, sin voz, pero puede gritar con el color y la forma; o aparentar silencios determinados por la luz, la niebla o la noche; o ser oasis en el desierto.

Para el DRAE, luz es el “agente físico que hace visible los objetos”. Niebla, una nube baja, muy baja, que dificulta la visión según la cantidad de gotas de agua que la forman. Es noche cuando falta la claridad del día, imperando las tinieblas. Cuando las sombras reinan acechan los misterios. 

Luz, niebla, noche, son fenómenos reales -todos los conocemos, observamos y vivimos- de los que Jorge Gallego se sirve para ahormar su lenguaje plástico, que ensalza el icono que ahora presenta al público bajo la vigilia del silencio. Sensaciones, emociones, que buscan formas reconocidas y asimilables como fragmentos de naturaleza, que empatizan con el espectador, que abren puertas a lo inesperado. Nadie se activa, se agita, con lo que conoce, sino con lo que le sorprende.

Desde el primer contacto visual con sus obras, nuestra mirada acepta una figuración realista, que intenta trasladar una sensación vivida a nuestro espíritu a través de la pintura. ¿Hace la misma lectura el cerebro? No. Nuestro cerebro recibe la imagen y se hace preguntas: por qué se produce esa obra, para qué, cómo. ¿Es tiempo, adivinación, comunicación; es necesaria o gratuita?

 El cómo hace relación al oficio, a la técnica, al conocimiento, a la disposición del creador. Lo demás es hechizo, que se niega con difuso egoísmo a vislumbrar una respuesta diáfana. Y ahí nace esa mitificación salvaje, que todo lo funde y confunde en la que el subjetivismo desbocado toma carta de naturaleza y se postula como criterio único para evaluar la esencia de una obra ¡Un <me gusta> en arte no quiere decir nada!

Primero, el arte. Y como consecuencia, la obra. Azorín repitió adunia su idea sobre el arte. Dijo que hay distintas formas de identificar el arte, pero que ninguna de ellas podía prescindir de dos elementos indispensables: emoción y misterio. Lo más complejo es que esa emoción traspase la barrera y llegue al espectador, de una forma evidente. Estamos hartos de ver a quienes se proclaman emocionados, ante algo, sin una evidencia emocional de ello. La emoción se siente, se derrama, se contagia, se manifiesta, se desnuda. El misterio por propia constitución es intrincado, enmascarado, azaroso, inquietante, atractivo. 

Joan Miró, en su mejor libro de conversaciones, “Miró. El color de mis sueños”, realizado por el crítico y poeta Georges Raillard, afirma que para él “lo más real es la imagen de sus sueños”, p.12. Pero, ¿quién puede negar que todas y cada una de las imágenes de las obras de Jorge Gallego no son trasunto de un sueño? ¿Acaso no es ensoñación toda vida de artista?

Diego Jesús Jiménez (1942-2009), pintor y poeta, en su primer libro, editado por Minerva en Cuenca, aseguraba: “La salvación vendrá por el color/ a través del cual la realidad puede soñar”. Cita estos versos Rosa Martínez de Lahidalga en el texto del catálogo de la primera y única exposición de pintura del poeta. Y cuajan bien a estos silencios, que se elevan por el color, a través del cual la realidad sueña y viceversa. 

Acerca del arte y del realismo se ha escrito en demasía y se han repetido, con excesiva frecuencia, tópicos y opiniones sin contrastar. Se habla del realismo español, o de la escuela española de realismo, como si fuere una materia delimitada y concreta, cuando en realidad no existe tal escuela. Lo que hay, considerando nuestra coetaneidad, son lenguajes personales realistas sin relación de dependencia, con el nombre de Antonio López a la cabeza, seguido de Eduardo Naranjo, Paco López Hernández, Isabel Quintanilla y así hasta llegar a Hernán Cortés, muy del gusto de las instituciones, Manuel Franquelo o Golucho, ídolo de un sector reducido.

Y en la generación más joven, entre los que se encuentra Jorge Gallego, Jorge Abbad, Pedro Quesada, fundamentalmente escultor; José Carlos Naranjo, Jordi Alamá, Carlos Tárdez, Javier Palacios, Rubén Belloso, virtuoso del pastel; Javi al Cuadrado...

El domingo 28 de julio de 2018, aparecía en El País, una entrevista a José Manuel Caballero Bonald, realizada por Juan Cruz, en la que manifiesta el poeta jerezano: “La literatura que se limita a contar historias no pasa de ser una crónica periodística, pierde su condición de literatura. La literatura es el arte de crear una nueva realidad, de interpretar estéticamente el mundo, no de copiarlo”. Esta afirmación, que también vale para el arte, para la pintura, identifica el trabajo de Jorge Gallego.

Realista, sí, pero con la ambición de crear una nueva realidad, de interpretar el mundo, no de copiar la naturaleza. La pintura naturalista no inventa, transfiere la sensación a la tela. El realismo como arte es eso que dice Caballero Bonald para la literatura, expresar una emoción a través de una creación, que piensa el mundo y lo interpreta. 

Para los que hemos seguido la andadura creativa de Jorge Gallego observamos hallazgos que han dado alas a su icono. Desde el Premio de Figurativas, Fundació de les Arts i els Artistes, en 2009, su obra, paso a paso, se ha desperezado, transitando caminos que le conducen a una plenitud. ¡Y no se lo pone fácil! Porque ha ensayado asuntos complejos, al grafito, dónde el concepto quiere suplantar al sentimiento y la perfección a la sorpresa mágica.

Para Luis Buñuel,”el misterio es el elemento clave de toda obra de arte”. ¿Qué es el misterio?: “cualquier cosa arcana o muy recóndita que no se puede comprender o explicar”, DRAE. Legión de autores, encabezados por Braque, señala que lo que más interesa del arte es aquello que no se puede explicar. Una obra de arte no es un tratado filosófico sobre la razón, es un naife en la oscuridad, es un milagro que te impacta desde los más impensables ostugos de la sensibilidad. 

Y ¿cuál es el misterio que Jorge Gallego imprime en estas piezas de sus silencios? La pincelada, apenas distinguida, que madura su expresión. El ritmo de esos toques de óleo que el lino va aglutinando de forma natural, fluida, con una lisura exquisita y lucidez infinita. La transición imperceptible que logra la mano dulce.

En su libro “Elegías de Londres”, Alberto de Lacerda, en la séptima elegía, matiza: “O ritmo, só o ritmo nos permite/ habitar o real absoluto”, p.57El real absoluto no es aquel que copia la realidad, sino la versión más fiel de lo que sueña el pintor, la manera más fidedigna de plasmar lo que siente y lo que piensa. Puede ser que lo vivo no tenga nada que ver con lo pintado, pero ¿acaso no estamos hablando de creación? Se trata de estructurar el enigma que genera nuestra percepción en su intimidad. 

Cierto que el silencio es una vivencia, sin dejar de ser una metáfora. Y aquí emerge el protagonismo de la luz, ese claror peculiar, vivísimo que impone Jorge Gallego a sus nocturnos. “Es verdad que las sombras se parecen a la oscuridad, pero son hijas de la luz”, p. 40como sabía Lucien Blaga, el gran poeta rumano autor de Poemas de la luz, junto a los cuales publica en esta edición venezolana una serie de aforismos y notas, que titula “Piedras para mí templo”. 

El nocturno ha llegado a ser un género en el arte, en la literatura, la música y la pintura. Desde los poetas más antiguos a los actuales han escrito sobre la noche, con matices propios a su época: Homero, Virgilio, Dante, Milton, Tasso, Camoens, cada uno ha puesto su acento personal en el sortilegio de la noche. En la literatura española, desde Garcilaso de la Vega y Fray Luis de León, con su “Noche serena”, el Renacimiento; hasta el Barroco, Francisco de la Torre, el poeta de la noche; del romanticismo al modernismo. Siempre tuvo un aire negativo, trágico en el Romanticismo, hasta llegar al modernismo, que se tiñe de rosas y alegrías, como en los poemas de Villaespesa, Carrere, Rubén Darío, aunque este no olvide nunca lo fatal y el incierto destino del hombre. Claudio Rodríguez la eleva a presentida orgía del deseo, con “su peligro hermoso”.

En pintura, como tema, aparece después, ya en el Renacimiento, y luego tendrá enorme eco en los estilos manieristas subsiguientes y en los ismos, con célebres obras desde Caravaggio, Rembrandt, a Van Gogh. Hasta nuestros días, donde algunos lo tratan con maestría, como el caso de José Carlos Naranjo y ahora Jorge Gallego. En música también se conforma un sonido esencial para la noche, destacando los universales “Nocturnos” de Federico Chopin o las impresionistas Noches en los jardines de España y Nocturno de Manuel de Falla ¿Acaso el jazz no se tiñe de prometedora y hechicera venustez nocturna?

En arte no debemos hablar de progreso, tiene este término un sentido más bien economicista relativo al bienestar. La expresión plástica está relacionada con la idoneidad expresiva en construir un lugar para lo genuino, como sentía para la poesía Marianne Moore.

 El auténtico artista se ajena para sentir y pensar y con ese acto está eligiendo la subversión. El mejor arte es subversivo o es un pasatiempo, muy legítimo para quien no ambiciona otra meta que copiar. Es preciso diferenciar las obras que quieren representar de las que presentan una propuesta de enriquecimiento existencial con la presencia latiendo y haciéndonos sentir esa latencia. Es muy conveniente diferenciar cultura y ocio.

Un paisaje nos puede evocar otros ya conocidos por nosotros. O acercarnos a un territorio desconocido y sorprendente donde vibra el espíritu del hombre logrando provocarnos una brisa de emoción. Y en eso estamos al contemplar esta obra reciente de Jorge Gallego, muy distante y por encima de sus precedentes trabajos. Cuando pinta la niebla con niebla nos introduce en un espacio movedizo que nos sobrecoge por su exquisita textura que acaba por enseñar más de lo que esconde. La imaginación se exige ante lo desconocido.

El arte no es filosofía, ni poesía, aunque un autor logre ahormar una poética propia. El arte exhibe un temperamento y una sensibilidad, cuyo artífice debe conseguir el vehículo idóneo que las transmita. La incertidumbre humana necesita asideros con los que curar su zozobra, definiciones y clasificaciones que crea que le orienten, pero todo eso no tiene nada que ver con el arte. El arte se identifica con la más luminosa inteligencia, con la magia de sorprender, con el sortilegio que imanta el espíritu, con ese duende “que hay que buscar en las últimas habitaciones de la sangre” p.36como quería Federico García Lorca. 

Uno de los heterónimos peor conocidos y menos leídos de Pessoa, Antonio Mora, discípulo emérito del poeta sensacionista Alberto Caeiro, escribe en “El malestar del presente”: “El hombre creó la obra de arte. Luego observó que la obra de arte es algo exterior. Después contempló que las cosas exteriores tenían ciertas características a las que era forzoso obedecer. Su perfección, es decir la perfección de su estructura y de su funcionamiento, dependía de esas características. Como la obra de arte es algo exterior, urgía perfeccionarla, darle la perfección de las cosas exteriores. Hacer un trabajo de obrero perfecto. De allí el arte griego”, p.19.

Si bien la observación de Antonio Mora es perspicaz por evidente, no estoy de acuerdo con su desarrollo ni con su conclusión, ni para el arte griego referido a su estatuaria. El pintor, en este caso, busca siempre la perfección, pero no sólo de la forma, sino la perfección en lo que transmite y cómo hacerlo de la manera más eficaz posible. No sólo con esfuerzo, con oficio, se hace el arte, aunque sea imprescindible para hacerlo.

 Eso sería lo más objetivo en su percepción, pero el arte es subjetivo y lo promueve un subjetivismo que ha de conquistar una adhesión emotiva, aunque sea mínima. Tampoco la cantidad en referencia al arte es garantía ni de entidad originaria y trascendente, ni de nada. La cantidad enmascara siempre alguna truculencia. Baudelaire luchó contra algunas de ellas, iniciando un camino crítico para nuestro tiempo.

Jorge Gallego, Montellano 1980, desde una sólida formación plástica, ha participado en numerosos certámenes y en pocas colectivas, esta es su sexta individual desde 2007, lo que prueba su exigencia a la hora de exponerse. Hay profesionales que se creen en la obligación de estar presentes todo el tiempo en todas partes y eso no conduce a nada, o si, a quemarse y pasar como un fósforo que se trata de encender y no consigue llama, no más que un fogonazo que fugazmente desaparece. 

En corto lapso de tiempo, la percepción del arte ha variado con un giro de 360º. Si no hace tanto, cualquier obra requería una valoración estética, histórica, una concisa expertización; exigía una ubicación en el tiempo y en el espacio; hoy, un me gusta es suficiente, para consagrar cualquier fruslería, para encaramar al éxito una simple ocurrencia, aunque sea un horror. Nadie mira hacia atrás ni al futuro, la mirada ahora es lateral, a ver qué se lleva, qué hace fulano para hacerlo yo; qué triunfa en el mercado o los medios para imitarlo yo, buscando una impresión de novedad, antes que una actitud originaria.

Debemos de luchar contra esa banalización de la cultura, contra ese menosprecio delator. Y seguir defendiendo no un arte tradicional, ni de mercado, sino aquellas obras de arte que nos abren ventanas a otros mundos, que nos hacen vivir de otra manera, que enriquecen nuestro sentir y nos conmueven. No existen industrias culturales, en puridad; existen industrias de entretenimiento, ajenas al concepto de cultura.

Y en esto es importante el crítico, pero es fundamental el coleccionista. El crítico debe ayudar al acercamiento, pero el coleccionista mantiene viva la pluralidad del arte. El arte es plural, pero no todos lo ven, como las instituciones y museos públicos, cuyos fondos se parecen como una gota de agua a otra gota. El coleccionista privado compra lo que le atrae, lo que le impulsa y con eso mantiene esa diversidad de estilos y lenguajes que tejen la realidad. Pluralismo no implica mixtificación, ni fusión, ni confusión; indica diversidad del ser humano, personalidad, particularidad. 

El coleccionista privado es el ángel del arte, es quien permite su desarrollo, al margen de tendencias, modas y caprichos. En un centro institucional se expone mirando al entorno por el rabillo del ojo. El coleccionista, en general, sólo mira a aquello que le funda, sin hacer caso de lo que se lleva, de lo correcto y conveniente, que comisarios y museólogos tratan de imponer, cercenando la libertad de creación o deturpándola. La función de la crítica, que es inmediata, defiere de la del historiador y el comisario y de la de otros actores culturales, todos necesarios y complementarios.

El silencio sirve para reflexionar, parar percibir matices que no vemos en la batahola de la cotidianeidad. El arte es el regalo que los humanos nos hacemos y que los dioses vigilan y envidian sin recato. La pintura, la escultura, la poesía, la música, sólo a veces nos hace mejores, siempre distintos.  

No es lo mismo ejercitar la sensibilidad, la percepción, la emoción, el sentimiento, que el desprecio, la estulticia y la ignorancia. El arte sirve a lo primero y es un antídoto a lo último. La sensibilidad se tiene o no se tiene, cuando se posee se ejercita ante los sucesos de la vida de una forma natural, irreprimible. No se es sensible a tiempo parcial, ni elegante, lo casual se da, pero no determina los comportamientos. 

En esta entrega de obra reciente de Jorge Gallego hay varias técnicas -pintura y dibujo-; asuntos icónicos -interiores, paisajes y retratos-. Y una unívoca aspiración, ambición expresiva, la de llegar al sentimiento del espectador con los menos intermediarios posibles. Es decir, el pintor se presenta ante el ser necesitado de impulsos emocionales para sentir, en la más absoluta desnudez, horro de artificios, de trucos y enlabios. Es difícil explicar con nitidez nuestros sentimientos, pero peligroso intentarlo con los sentimientos de los otros. 

Jorge Gallego busca la perfección, pero no como los griegos, donde la perfección era primordialmente la del cuerpo, que traslucía la del espíritu; la de las formas, como una filosofía de vida, con su canon convenido. Pero, ya entonces, en escultura y arquitectura, no bastaba con ser un profesional perfecto, como ahora tampoco. Un conocedor de la técnica puede ejecutarla con solercia, pero no es suficiente para el arte, si la obra no irradia esa ambueza de misterio y emoción que la realza, tocándonos nuestras fibras humanas más incontrolables.  

La perfección no siempre está relacionada con la belleza – término que nuestra sociedad prefiere obviar-, porque teme que recuerde el pasado, la tradición. La perfección que hoy se considera está más ligada a la inteligencia, que es un vocablo fetiche de nuestro presente. La perfección está sometida a la idoneidad en transmitir lo que pretende. Así lo defendía Baudelaire. Ahora se prefiere volcarse en las estrategias, el márquetin y la publicidad, de ahí la desmesurada atención y consideración a la obra de Banksy, uno de tantos antisistema que se lucran con el sistema sin rubor.  

Para la obra de arte, la mejor publicidad está en lo que su contenido transmite. En eso que vemos y que no podemos explicar y que nos atrae irremediablemente. En esa luz que brilla sin saber de dónde viene y que reaviva la obra, sobre todo en los nocturnos. En esa belleza que no sólo es formal, que depende de la técnica de ejecución, de la estética, de la jerarquía de la sensación, en esa fabulación que ordena y establece otra realidad.

 Federico García Lorca repetía: “Yo he venido a buscar la belleza en la oscuridad”. Aunque en esta pintura hay mucho más, por más que los nocturnos sean de una factura exquisita, hermosa, honda. Hay pasión y mesura, magia, misterio, gracias a una pincelada seducida por su destino, a la materialización de un estado de inocencia.

En “Itinerario para náufragos”, el mejor libro de poemas de Diego Jesús Jiménez según sus escoliastas, en una suerte de poética, en varios trancos, escribe en el IV, p.79:

                           

                                           “Entornar la mirada

                                            hasta ver lo impensable, es crear”.

 

Crear, ya paráfrasis, ya ex nihilo, es hacer visible lo que estaba oculto, es manifestar aquello que se hurtaba a una sensibilidad perspicaz o a una mirada sagaz. Es arrancar los sonidos maestros del silencio, es permitir oír una voz fundamental donde no se oye nada o hay solo ruido, es discernir a través del color y las formas. Ver lo impensable es oro, maravilloso y enriquecedor.

En Ante Baroja, se pregunta Azorín, “¿qué es modernidad?” y se responde: ”Espíritu de rebeldía. Innato espíritu de protesta. Irreprimible espíritu de no conformidad”, p.131Ahora mismo, esta obra realizada en los dos años precedentes, presenta un marchamo de modernidad, es decir de rebeldía, de protesta, de no conformidad, respecto de los indicadores generales.

 A la dictadura de la abstracción ha sucedido la dictaférrea del conceptual, mal entendido, porque ¿qué se puede hacer con sentido que carezca de concepto? Entre unos y otros alimentan un monstruo con tantas cabezas que se hace incontrolable. Y pareciera que lo que no es conceptual está fuera de nuestro tiempo y del espíritu del hombre que lo anima. Para demostrar que eso no es así, que hay arte más allá de las bromas, conceptuales o no, y que el arte no se oficializa, sirve esta obra, exornada de un sentir originario.

En “El superrealismo”, incluido en sus “Ensayos”, p.41, escribe Fernando Vela: “La obra de arte, sobre todo los programas de arte, los conceptos estéticos son como un baúl que nunca se acaba de hacer porque siempre se deja algo fuera. Y eso que se deja fuera siempre parece los más importante”. Siempre se queda algo fuera del baúl de un texto, pero, dese mi óptica, confío haber puesto en él lo fundamental, lo que importa debatir acerca de esta obra excepcional de Jorge Gallego. 

                                                                                                               TOMÁS PAREDES

                          Presidente de la Asociación Española de Críticos de Arte/AICA Spain 

 

Azorín: Ante Baroja, Zaragoza, Librería General, 1946

Blaga, Lucien: Los poemas de la luz, traducción de Stefan Baciú, Caracas, Fundarte,  1985

Buñuel, Luis: Mi último suspiro, Barcelona, Plaza & Janés, 1982

Caballero Bonald, José Manuel: Entrevista, Madrid, “El País”, 28.VII.2018

García Lorca, Federico: Teoría y juego del duende, Obras Completas, Madrid, Aguilar, 1945

Jiménez, Diego Jesús: Grito con carne y lluvia, Cuenca, Minerva, 1961, Catálogo, Galería Kreisler, Madrid, mayo de 1991, Itinerario para náufragos, Madrid, Visor, 1996

Lacerda, Alberto de: Elegías de Londres, traducción de Luis María Marina, Zaragoza, Olifante Ediciones, 2017

Moore, Marianne: Pangolines, unicornios y otros poemas, edición de Olivia de Miguel, Barcelona, Acantilado, 2005   

Miguel Ángel Rivero Gómez para la exposición "Final y principio". Museo de la Puebla de Cazalla (Sevilla). 2016

 

En tiempos de espectáculo y artificio, cuando el humo de los fuegos nos ciega, se convierte en necesidad volver la mirada a lo trivial y lo cotidiano, a lo aparentemente carente de prestigio. Ahí se inscribe por ejemplo la poesía de Mª Ángeles Pérez López, cuyo canto a lo doméstico  recogido en su obra La sola materia (1998) atiende al “pálpito inicial de los objetos”. Como esa poesía, la pintura de Jorge Gallego (Montellano -Sevilla-, 1980) no acude a otros mundos para surtirse de realidad y buscar sentido, sino que hunde su mirada en lo próximo y lo insignificante. Explora las cosas y la materia como verdadero cuerpo del mundo, para desde ahí indagar en el fundamento de lo que nos rodea y que da sentido a nuestra existencia.

Es lógico que con esos propósitos, Jorge Gallego cultive una pintura basada en la figuración realista, que bien podríamos situar entre Antonio López y Edward Hopper. En el pintor español, por esa adhesión a la realidad y a la carga simbólica que lo real mantiene en silencio. En el norteamericano, por el sentido poético y el inquietante misterio que impregna a sus escenas urbanas. Todas esas cualidades son manifiestas en la pintura de Jorge Gallego, tanto en los paisajes rurales de sus primeras obras, como en la tendencia a la soledad de lo urbano de sus obras más recientes. Ambas vertientes se pueden contemplar en esta exposición. El vértigo de los anchos campos de Montellano; las dicotomías entre luz y oscuridad de ciudades anónimas; la belleza intangible de las ruinas abandonadas de la modernidad; amplios cielos cargados de sentido metafísico; decadencia y esperanza.

En este sentido, la obra plástica de Jorge Gallego se sustenta en una concepción del arte como testimonio, que coincide con un postulado central de la estética de José María Moreno Galván. En su obra Pintura española. La última vanguardia (1969), nos ofrecía el crítico morisco la siguiente definición: “El arte es, pues, […] un testimonio significativo y sintético de la realidad del hombre en su tiempo y en su circunstancia histórica. Es además una expresión de la realidad colectiva, aun cuando su materialización sea producto de una labor individual.” Ahí se inscribe, como decíamos, el proyecto artístico de Jorge Gallego, hijo del mismo paisaje entre la campiña y la sierra que el citado crítico. No en vano, el propio artista afirma situar su búsqueda plástica entre “el ser, lo individual y lo colectivo”. De ahí que el crítico de arte Tomás Paredes haya destacado de su pintura su “vocación de identificación”, es decir, su capacidad para testimoniar “la condición humana”.

Es preciso destacar asimismo los valores plásticos de su pintura. La esmerada composición del lienzo, con un prodigioso juego de los espacios y el vacío en tensión. El poder de comunicación de la presencia más allá de la representación. El sosegado contraste entre la luz y la sombra, cultivado con sabia dosificación y privilegiando siempre el tenue cromatismo de la luz solar. Y como un rara avis, el predominio de la pintura sobre el dibujo, pese a trabajar la figuración realista, donde usualmente se procede a la inversa. Quizás esté ahí una de las claves de la pintura de Jorge Gallego, el motivo por el cual sus cuadros nos atraen y nos inquietan, en esa extraña sinergia entre la gravidez formal de sus composiciones y el misterio poético con que aborda sus escenas y que imprime a los objetos. Decía José María Moreno Galván que el arte auténtico se monta sobre problemas, no sobre soluciones. Y las secuelas que nos deja el contemplar una obra de Jorge Gallego son precisamente los interrogantes que calladamente nos transmite, sea la desolación del abandono y el olvido, sea la belleza de lo insignificante que nos rodea, sea la esperanza de lo aún por pintar y por decir.

MIGUEL A. RIVERO GÓMEZ

Carmen Andreu Lara para la exposición "La trascendencia de lo trivial". Palacio de los Condes de Santa Ana, Lucena (Córdoba). 2014.

JORGE GALLEGO Y LA CONDICIÓN HUMANA DEL PAISAJE

El Paisaje, entendido como un modo de apropiación estética del mundo, ha cobrado significaciones diferentes en distintas épocas y culturas, diferentes también para biólogos, geólogos, geógrafos, arquitectos, ingenieros, artistas…. En la actualidad podemos apreciar con claridad un renovado interés sobre el Paisaje. Desde cada ámbito se define y redefine el paisaje con parámetros y puntos de vista propios, para terminar poniendo en evidencia su complejidad y reconocer que para definir el paisaje es necesario tener en cuenta su condición humana

Para el artista el paisaje no es sinónimo de territorio, país o ambiente, definiciones con las que con frecuencia se confunde, sino, más bien, representación o imagen mental del mundo (López Silvestre, 2009). Un modo de relación con su entorno que le permite ir más allá de lo objetivo, si es que la objetividad existe, para valorar, sentir o juzgar estéticamente. 

En una primera lectura la obra de Jorge Gallego puede llevarnos a equívocos. Sus paisajes, resueltos con una cuidadosa precisión en el análisis de las formas y el color, satisfacen al espectador que simplemente se recrea en la belleza. Sin embargo, el rigor a la hora de analizar el cromatismo de la luz solar, la agudeza con la que resuelve los gradientes de profundidad para crear esa aparente objetividad en el observación del entorno asumen el reto del paisaje en su esencia subjetiva. El paisaje para Jorge no es un tema para la imitación, sino una excusa para pensar, para emocionarse y emocionar.

Jorge Gallego es un artista que reflexiona en su propia obra y no se refugia en ser un pintor realista lejos de la curiosidad de las modas. Sus cuadros son muestra de una potente coherencia que va más allá de la sabia aplicación de las leyes de la composición y del empleo de las recetas que se aprenden con la práctica del oficio. Es cierto que nos muestra la realidad en un primer nivel; pero en un segundo plano, introduce reflexiones, apunta interrogantes, plantea una representación espiritual de aquello que experimentamos en nosotros mismos. La ventana, que con frecuencia utiliza como medio de enlace entre el interior y el exterior, muestra al espectador ese deseo personal de ver el mundo "desde dentro". 

Su posición, desinteresada en la contemplación, como espectador y no como protagonista, nos hace observar furtivamente la escena. Sus distancias y sus atmósferas exploran nuevas posibilidades entre la realidad del territorio que le rodea diariamente, su entorno cotidiano, y su peculiar percepción de la realidad, sus paisajes. Jorge habitualmente vive entre la montaña y el llano, entre la ciudad y el campo, probablemente estas circunstancias hayan provocado en él una constante preocupación por la confrontación de realidades opuestas. Lo individual y lo colectivo, la naturaleza y la industria, la belleza del abandono, son temas recurrentes en su obra, que afronta abiertamente.  Cuando profundizamos en su producción artística constatamos que la belleza de sus cuadros esconden siempre una realidad incómoda. Sin caer en excesos, ni en  recursos estilísticos evidentes como la exageración, la deformación o  la elipsis, consigue estremecer al espectador, despertar la emoción al descubrir el sentido profundo de las paradojas que muestran sus obras. Paradojas que abren interrogantes ante nuestra fragilidad existencial y responden a la fascinación  por el enigma de la condición humana

La aproximación que Jorge establece con la naturaleza está adquiriendo con el tiempo una formulación cada vez mas turbadora y desconcertante. La realidad pensada desde la cotidianidad obvia, el detalle de un mundo donde el dibujo está muy cerca de la pintura, esa visión íntima de lo real a partir de la que alcanzamos a divisar horizontes se nos muestran como una incitación a la confrontación y a la reflexión. Nos damos cuenta entonces de que la aparente sencillez de la realidad representada nos sorprende, nos golpea, nos inquieta. Empezamos a descifrar un discurso, premeditado o no, sobre lo aparente, lo relativo, la vacuidad, la soledad, circunstancias intrínsecamente unidas a la condición humana

Con cualquiera de los motivos que escoge nos introduce en un atmósfera que evoca tensión. Con frecuencia el paisaje se concibe entre las paredes de una casa en ruinas, el artista se muestra aislado, apartado del mundo y entre las ruinas encuentra una vía de comunicación. No necesita palabras para recordarnos "Todo se destruye, todo perece, todo pasa. Sólo el mundo permanece. Sólo el tiempo dura." (Diderot, 1994:88). Para el artista la ruina es un plano necesario que se cruza y cierra el espacio pictórico hacia el extraño universo de los deseos, los miedos y las ansiedades que proyectan esa intimidad desflorada por la mirada del espectador. Aceptar la ruina es aceptar el proceso natural de la vida, reconocer el carácter efímero del poder del hombre y el eterno regreso a lo orgánico y natural, admitir los límites de la existencia, el duelo sutil y pavoroso entre la vida y la muerte, el reconocimiento de la poética sagrada que ara el tiempo (Alcándara, 2013).

CARMEN ANDREU LARA

 

Alcándara, J. (2013)  La Foronguilla, inédito. 

Diderot, D. (1994)  Escritos sobre arte, Madrid: Siruela .

López Silvestre, F. (2009) El paisaje ¿nace o se hace? Teorías culturales del paisaje, Métode: Anuario (58),  96-103.

PRENSA

Artículo de Bernardo Palomo publicado en el Diario de Jerez el día 24 de marzo de 2023.

Artículo de Álvaro Romero publicado en el Correo de Andalucía el día 3 de diciembre de 2022.

Artículo de Bernardo Palomo publicado en el Diario de Jerez el día 17 de octubre de 2021.

Entrevista radiofónica de la mano de Antonio Bejarano en el programa Estilo Sevilla de Sevilla F.C. Radio. Emitida el 30 de diciembre de 2020.

Entrevista en Saisho Magazine, publicada el 4 de diciembre de 2020.

Conversación con el artista argentino Alejandro Rosemberg.

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